Hartmut Rosa y la energía social: más allá del agotamiento moderno

Hartmut Rosa y la energía social: más allá del agotamiento moderno

Imaginen a un reconocido sociólogo alemán que, entre análisis profundos sobre la aceleración social, confiesa su pasión por el heavy metal. Así es Hartmut Rosa, un pensador que desafía las categorías tradicionales para proponernos un concepto fascinante: la energía social. En una reciente participación en el Festival de las Ideas en Madrid, Rosa desplegó sus teorías con una claridad que sorprende, especialmente cuando aborda temas que todos sentimos pero pocos podemos nombrar. Su propuesta central nos invita a pensar en esa fuerza invisible que nos mueve, que nos revitaliza en conciertos multitudinarios y que parece escapársenos en la rutina del día a día. ¿De dónde viene esa energía que a veces sentimos y otras extrañamos? Rosa tiene algunas respuestas que podrían cambiar nuestra forma de entender el agotamiento contemporáneo.

Rosa explica que las sociedades modernas funcionan bajo lo que él llama ‘estabilización dinámica’: necesitan crecer, innovar y acelerar constantemente para mantenerse. Pero este mecanismo requiere energía, no solo la física como el petróleo, sino también psíquica y social. Aquí es donde introduce su concepto más provocador: la energía social. No se trata de algo que poseemos individualmente, sino de algo en lo que participamos colectivamente. Como ejemplo, menciona cómo alguien puede llegar exhausto a un concierto de heavy metal y salir revitalizado. Esa transformación no ocurre por magia, sino porque nos fundimos con algo más grande que nosotros, participamos de una colectividad intensa donde la energía circula, se contagia y nos transforma. Esta perspectiva conecta con tradiciones no occidentales como el chi en China o el prana en India, conceptos que las ciencias sociales occidentales habían descartado por considerarlos demasiado alejados del individualismo moderno.

El problema actual, según Rosa, es que enfrentamos una doble crisis energética: por un lado, la crisis física de recursos, y por otro, una crisis existencial donde sentimos que, aunque todo se acelera, cada vez estamos más agotados. Esta desconexión se manifiesta en múltiples aspectos de nuestra vida: en el trabajo ejecutamos tareas sin implicación emocional, en la cocina seguimos instrucciones automatizadas, incluso los niños ya no crean libremente con Lego sino que ensamblan piezas siguiendo un manual. Rosa llama a esto ‘actuar en constelaciones’ en lugar de ‘en situaciones’, donde las estructuras fijas limitan nuestra capacidad de agencia y creación. Las redes sociales empeoran este panorama creando ‘cámaras de eco’ donde no hay transformación genuina, solo repetición e intensificación de lo mismo.

A pesar de este panorama desafiante, Rosa encuentra motivos para la esperanza. Observa cómo muchos jóvenes están pidiendo protección colectiva frente a la dinámica adictiva del mundo digital, solicitando regulaciones sobre el uso de smartphones y límites de tiempo en internet. También confía en que la capacidad de resonancia -esa conexión auténtica con otros y con el mundo- sigue presente en nosotros desde que somos bebés. Su mensaje final es alentador: aunque el presente parezca oscuro, la historia siempre nos ha sorprendido con cambios impredecibles. La clave está en cultivar esas experiencias que nos revitalizan genuinamente, ya sea a través de la música, el deporte o las conversaciones significativas, y en observar conscientemente qué nos da energía y qué nos drena. En un mundo que nos exige producir y consumir sin pausa, recordar que la energía social es algo que compartimos, no que poseemos, podría ser el primer paso hacia un futuro más vibrante.