Una simple melodía cambió la historia del cine: el encuentro de Spielberg y Williams
Hace medio siglo, una anécdota casi cómica marcaría la relación entre Steven Spielberg y John Williams, dos íconos del cine cuyas colaboraciones redefinieron el séptimo arte. Durante la producción de ‘Tiburón’, Spielberg esperaba ansioso la mágica partitura que Williams compondría. Nunca imaginó que lo que escucharía sería tan simple, ni que esa sencillez se grabaría como una de las bandas sonoras más icónicas de todos los tiempos.
Spielberg llegó emocionado a la casa de Williams, esperando algo grandilocuente que complementara de manera compleja la tensión de la película. Ante su sorpresa, lo que Williams tocó fue una tonada simple, casi infantil, en su piano Steinway: tan solo dos notas, mi y fa, repetidas en un ostinato que poca esperanza le dio al director al principio. ‘Pensé que estaba bromeando’, recordaría Spielberg desprevenido ante la sencillez de la propuesta. Esta primera reacción fue de incredulidad; sin embargo, Williams persuadió a Spielberg para que escuchara con atención. Entonces, con cada repetición, emergió la genialidad de aquel motivo musical que simbolizaba la amenaza invisible en las aguas.
Esa música, lejos de ser una broma, resultó un trampolín al éxito rotundo. El tema principal de ‘Tiburón’ no solo capturó la esencia del tiburón depredador, sino que también se convirtió en un fenómeno cultural por derecho propio. Esta melodía permitió a Williams llevarse a casa su segundo premio Óscar, y marcó un antes y un después para ambos artistas y, por extensión, para la industria cinematográfica.
Hoy, ‘Tiburón’ es más que un clásico; fue una explosión en la taquilla que redefinió el concepto de los blockbusters veraniegos en Hollywood. La simpleza, a menudo denostada en pro de la complejidad, demostró ser una herramienta poderosa en las manos de un maestro como John Williams. Este encuentro entre las notas juguetonas de un piano y un director dispuesto a escuchar transformaron para siempre el paisaje sonoro del cine. Un recordatorio de que, a veces, menos es más, y que la genialidad a menudo está oculta tras una capa de simplicidad aparente.
